The Gods Of Fantasy – repost

Over the three days of November 17 -19, Amazon.com have decided to promote the 2013 Winner of the Eric Hoffer Book Award for YA – At The Walls Of Galbrieth. The novel will be offered FREE in ebook form.

This is a wonderful opportunity for me and I request that, to support my sales rank and me, you download the book and invites your friends to do the same. Feel free to gift it on (Thanksgiving and Hanukkah, anyone?).

To celebrate this and also the milestone of 100 blog posts on elfwriter.com, I wish to offer 10 of my favorite posts over the next three days. I hope you enjoy and, please, take a moment to download for FREE At The Walls Of Galbrieth and spread the word.

Thank you,

Alon

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Pass a summer evening in a quaint English pub, mid 20th century, perhaps in the old town of Oxford. Caress a pint and listening to a few graying professors discuss semantics, philosophy, and the ancient languages long forgotten outside the sheltered walls of academia. What else can one possibly ask for? 

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Imagine these tweed-clad, pipe-smoking academics, hatching more than another challenging semester to try the greatest minds of this fair isle. Each is a king in the making or, more accurately, a kingmaker. For they direct more than the destiny of kings and noble houses. They raise kingdoms and conquer lands. They build great dynasties, bring whole species back from the mists of extinction, and set those of noble birth and principle to stand against evil.

Sip your beer, mull over the words, much of which you might not understand. Dwarves, elves, of course: but hobbits? Marsh-wiggles? Listen as the professors strategize great battles, masterfully marshalling unicorns, dragons, giants, minotaurs and proud ents.

You slowly realize that you sit among the Gods, the creators of Middle Earth and Narnia, who hold court on Tuesdays at midday in a local public house. Perhaps it is The Eagle and Child, or The Lamb and Flag across the street. They read each other’s work and offer critique as writer’s groups have for centuries and continue to do so today.

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I may never have understood much or been accepted into such an elite. They would have torn my work to shreds on grounds of philological shallowness (I had it checked – it’s not contagious), criticized me for imprudently suggesting that a 100,000 word novel can serve as more than merely an introduction.

They would have demanded richer world-building – take twenty pages to describe a forest, I dare you – unyielding heroes, and infallible plots. They would have challenged the age-old legends dressed up in fictional costumes, and raised an eyebrow at some of the language or innuendos.

Most likely, I would never have dared reveal my stories to the old professors of Oxford, to the most famous writing group in history. I would never have been more than a fly on the wall at a meeting of The Inklings, but would have returned week after week to sit at the feet of the Gods and hear their banter.

For here the Gods gave birth to great worlds and left them as a legacy to us and to our children, long after they departed this world. Every Wednesday night, I sit around a table in a coffee shop in Berkeley, sharing work with other aspiring authors and wonder: do the Gods look down upon us from Writers Heaven?

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Do they tut and shake their heads at our adverb addiction, our unwillingness to kill our darlings? Or do they even now move pieces around the literary chessboard. Protect the king! Advance the knights! Who, I wonder, are the pawns?

As we write a new book, a new chapter, do we not imagine the Gods walk among us?  Do they peer over our shoulders at our swanky writing machines, judging every word we write, every world we build? 

The Gods once sat in an old English pub. Now they stand behind us in coffee shops and at kitchen tables, urging us on, watching us walk the path they forged, taking on the quest they started.

For the Gods still walk among us and inside of us. The stories have been told but must be told again in different ways to a different generation. We sign these books in our own names, but humbly acknowledge those who molded us in their image as storytellers.

And now they are the flies on the wall and we who pound the keyboards. Take a moment, draw another pint, and raise your glass:

To the Gods of Fantasy!

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Alon Shalev is the author of the 2013 Eric Hoffer YA Book Award winner, At The Walls of Galbrieth, offered by Amazon.com  for FREE on November 17-19. The sequel, The First Decree, and Ashbar – Wycaan Master Book 3 are all released by Tourmaline Books. More at http://www.alonshalev.com and on  Twitter (@elfwriter). Hang out with Alon on Google+

2 comments on “The Gods Of Fantasy – repost

  1. […] to our own gods, and I think the old professor did a pretty good job all round, particularly with his hobbits. […]

  2. DAVID SALSAS LLANSA says:

    DE LA DESNUDEZ

    Los dioses de la fantasía, una reflexión.

    Excelente historia, excelente desenlace, y como apuntas, las historias que se han contado deben ser explicadas de nuevo en diferentes formas por una generación diferente, y así será por los tiempos de los tiempos, porqué han devenido mitos.
    Cierto, demonos un respiro, dibujemos una pinta, mirémonos a los ojos, levantemos la copa y reflexionemos sobre el qué y el porqué.
    Una reflexión. De la voluntad de superación. De la necesidad de creer
    En una sociedad en que la frivolidad o la violencia cotizan al alza, en estos tiempos en que la Muerte se ha pasea por la Tierra con distintos disfraces, como ya lo hizo desde que el mundo es mundo, resulta paradójico percibir el éxito del arte, la estética y la música siniestra, o del rock épico, Blind Guardian o Iced Age , grupos musicales inspirados en la obra de Tolkien son claros ejemplos, y de cómo este fenómeno no podría estar más alejado del espíritu que inspiro su obra, porqué como en los tiempos actuales, Tolkien vivió en una época convulsa, el final de la época victoriana, la decadencia de Gran Bretaña iniciada en 1880, la problemática de una sociedad en descomposición que ya se inició después que Estados Unidos, tras la guerra de la Secesión liberará a sus esclavos y el precio del algodón que los ingleses compraban se disparase, después de que en 1882 se hundiese la Bolsa de Londres, en el transcurso de una terrible recesión que provocó en el norte de Europa el mayor movimiento de la población de la Historia, quince millones de personas emigraron entre 1880 y 1914 al continente americano , el convulsivo paso de una sociedad clásica a una sociedad moderna, época de pensamientos contrapuestos en cuanto a modelo social, económico, religioso. Una sociedad agotada y azotada por una profunda crisis de valores, época donde se cuestionaba y se ponían en entredicho, el honor, los sentimientos, el sentido del deber y la misma concepción del Estado
    Una existencia, la de Tolkien, marcada por la I Guerra Mundial, y por un sinfín las adversidades cuando aún no había cumplido los veintiséis años, una vida marcada por el inicio de la obra de su vida: el Silmarillion.
    La vida no fue fácil para J.R.R. Tolkien y como los primitivos celtas o germanos, también Tolkien vino desnudo a este mundo, pero a diferencia de aquellos no tuvo ningún clan, ningún príncipe, ningún rey que le protegiera y que cuidará de él salvo su tenacidad, su perseverancia, su voluntad de superación y su sentido religioso.

    Por ello, apreciado autor, sin dejar a un lado sus obras denominadas mayores y su imaginario épico, siempre me han cautivado sus obras menores “Cuentos de Hadas”, “Hoja de Niggle”, “Egidio el granjero de Ham” o el “Hobbit” estas pequeñas joyas, estas obras de gran contenido, que por su sencillez, y a excepción del “ Hobbit”, aún no han sido contaminadas, re-escritas, explotadas por los editores y raptadas por los lectores o por los espectadores al ser trasladadas a la gran pantalla. Estas pequeñas joyas que el brillo de sus grandes obras no ha conseguido eclipsar y que dan una idea exacta y precisa del orden moral y las creencias defendidas por Tolkien a lo largo de su vida, que reflejan sus preocupaciones filosóficas, religiosas, sus valores personales, su integridad y esta voluntad de superación que le permitió sobrevivir a las adversidades, en su empeño en culminar su misión de artista creador en el ámbito material pero también en el inmaterial, en el ámbito intangible de la fantasía, este mundo verdadero, pero también abierto, del cual podemos entrar y salir a nuestro libre albedrío, donde podemos dar rienda suelta a la creación y que Tolkien definió como sub-creación, un mundo paralelo donde se manifiesta nuestra espiritualidad interior.
    Este mundo religioso dónde, recordando a Lenoir, “más allá de lo visible y lo sensible, podremos vivir y sentir varios niveles de realidad, y cuyo medio de alcanzarlo, más allá de dogmas y doctrinas, es la fe, la fe en nosotros mismos”.
    Estas maravillosas joyas en las que los protagonistas son los antiheroes y en las que se hace patente la grandeza de la gente corriente.

    Egidio es un antihéroe y su grandeza reside en la humildad. La obra es tanto una crítica social al poder, a los reyes y caballeros por su falta de honradez, como el ensalzamiento de la autenticidad y sencillez de la vida rural y su resistencia al sometimiento del poder.

    Bilbo Bolsón es un hobbit, otro antihéroe, que representa la fuerza de la gente sencilla que se crece frente a las adversidades. Bilbo Bolsón antepone su generosidad, aún a riesgo de su vida, frente a la codicia de los Enanos y a la maldad y egoísmo de los Tuergos, los Elfos y los propios Hombres, y en esta humildad reside su grandeza. A lo largo de la historia, gracias a su voluntad de superación derrotará a un dragón y superará múltiples aventuras hasta convertirse a los ojos de los demás en un auténtico héroe.

    Hoja de Niggle se adentra en la vida y la muerte de un pintor anónimo, y – a mi entender- es la clave de toda la obra de Tolkien.

    Hoja de Niggle es un viaje arquetípico hacia el Cielo. Niggle es un antihéroe y Niggle es el mismo Tolkien. El Hospital es el Juicio final, y el chófer que lo recoge el mensajero de la muerte.

    Hoja de Niggle, un viaje iniciático hacia el árbol, nuestro Árbol, nuestro destino ineludible, el árbol de la vida, el Árbol de su Vida, un Árbol que no es sino el fruto de todos nuestros sudores y desventuras.
    Y en este Árbol, Niggle ve reflejado a Parish, símbolo de los que nos llevaremos en este incierto viaje, porque somos nosotros mismos y lo que nos aportan los demás.
    Árbol, Bosque y Montañas. Niggle capta la esencia y la eleva al cielo. Y si el Árbol es su propia vida, el Gran Árbol es la vida de todos, donde está representada toda la Humanidad.
    Pero el Gran Árbol carece de sentido sino contamos con los demás, y por eso Niggle necesita a Parish, el amor, la comunión mística con sus semejantes.
    Por eso Niggle y Parish se cogen del brazo y caminan juntos, para construir un mundo mejor, y fruto de su unión, de su reconocimiento mutuo se produce el milagro y el Gran Árbol florece.
    Este Gran Árbol que une el Cielo y la Tierra, y que nos conectara con Dios, cuando el Gran Árbol florezca, cuando hayamos abierto nuestros corazones y ya estemos preparados para acercarnos a Dios.
    Parish y Niggle desconfian el uno del otro, una desconfianza que les cierra los ojos y no les permite ver en el fondo de sus corazones. Solo confiando llegaremos hasta nuestros semejantes, solo abriendo nuestros corazones a los demás podremos emprender nuestro camino, y solo y tan solo entonces, como Niggle estaremos preparados para emprender nuestro camino hacia las Montañas.
    Y, en este camino, el Manantial. El Manantial como fuente del conocimiento y las gotas que beben Niggle y Parish, como el símbolo de la fuerza que representa la capacidad de comprensión.

    Al final de este viaje iniciático, Niggle se despoja de su vida terrenal y abandona su aspecto humano para sumergirse, más allá de la Montañas, en el mundo del Creador.

    DE LA DESNUDEZ

    Niggle, al igual que a Tolkien, traspasa los límites de su propia realidad hacia un destino más elevado, pues no importa cómo nos reconozcan los demás, si no somos capaces de valoramos y porque vana es la fama, la ineluctable vanidad, las falsas alabanzas, que se deshacen como un azucarillo tan pronto como cambia el viento y perdemos el interés por superarnos.

    En la vida nunca se termina nada y cualquier obra es un grano de arena en la inmensidad del desierto, pero aún este minúsculo grano es para nosotros como una muralla, un castillo, nuestra razón de ser, el fruto de nuestro entendimiento y actitud personal, y si tan solo una simple pincelada del cuadro que día a día dibujamos se conservase después de nuestra partida, como la preciosa Hoja de Niggle que conservó Atkins, entonces habrá valido la pena vivir esta vida.

    Venimos desnudos a este mundo, no cuesta demasiado llegar, pero quizás no nos vayamos de vacío, despojados de los bienes materiales, de los falsos y brillantes vestidos, obligados a realizar un viaje imprevisto, quizás el equipaje sea el mejor que nunca hubiésemos podido soñar.

    Y por esto, apreciado autor, como tú tan bien dices, y tan bien expresas, los dioses caminan entre nosotros y dentro de nosotros, porque nosotros somos los mismos dioses.

    Gracias una vez más,
    Con afecto,

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